Érase una vez un hombre con un pijama de velcro que tenía un sofá de fieltro al que estaba cómodamente encariñado. La tele, el mando, la mantita, el móvil a mano; poco más se puede desear… quizá un té verde de vez en cuando. A veces pasaba días enteros en su sofá. El refugio del guerrero. La cueva del lobo. Era bastión donde sentirse a salvo de las inclemencias del tiempo o era trampa y prisión al fin?
Uhm!,- pensó un día. Y si quiero moverme hacia la derecha? Probemos… Uy, difícil! Y hacia la izquierda??? Ups! tampoco!!! Y esta telaraña cuando ha salido? Y si me apetece correr las cortinas para ver esta primavera que ya llega??? Ayyy, Socorro!!! Quiero levantarme!!! Tengo sed! Tengo hambre! Aire! Quiero sol en mi cara! Quiero volver a correr, aunque me caiga. Sé que volveré a levantarme! Una mano. Otra! Ya no necesito guarida!!!
Y entonces, Oh día glorioso! se dio cuenta de que el velcro no era parte de su piel. Había olvidado que no era más que un triste pijama de velcro gris, ajado ya hacía tiempo. Desabrochó un botón. Otro, otro más. Se desnudó. Abrió las ventanas. Respiró. Volvió a vivir. Y a inundar todo con su luz como sólo él podía.
Porque era brillante, aunque se le olvidase de vez en cuando.
Porque era brillante, aunque se le olvidase de vez en cuando.
Y fueron felices y comieron perdices.
Que te pasa Bel, mlancolía primaveral tal vez?…ya me cuentas con un cafe con espumita…..