Hace apenas un par de meses ni sabíamos ni habíamos oído hablar sobre lo que era un coronavirus. coronaqué?
Y hoy, tal y como están las cosas y los ánimos, por su culpa, más vale armarnos de calma y paciencia y echarle ganas de superar la pesadilla que estamos vivendo. Nos enfrentamos todos a un enemigo invisible que no entiende de colores, políticas ni fronteras. Nos toca colaborar y poner nuestro pequeño grano de arena para lograr pararle los pies. Y la solución es hacer caso de las indicaciones, aislarnos para prevenir y evitar los contagios y dejar que el magnífico trabajo y dedicación del personal sanitario de por fin sus frutos y paso a paso, salgamos de esta montaña rusa ascendente en la que el virus nos tiene sumidos a día de hoy.
Que hay que quedarse en casa? Pues es lo menos malo que nos puede suceder. Toca sacar punta del ingenio y la imaginación para aprovechar, que no matar las horas, haciéndolas todo lo productivas que podamos. Y si hay algo en que los españoles despuntamos, es sin lugar a dudas, en ingenio, arte e imaginación.
He oído por ahí que a nuestros abuelos les tocó superar una guerra y aparte de que me parezca o no un panfleto demagógico, no le resto ni un ápice de razón. Eso sí era un problemón, no el tener que confinarnos en casa. En casa! No en un refugio nuclear, no en un bunker bajo tierra. No quiero pensar en las bombas, los muertos, la hambruna, la sensación de desamparo y absurdo. Nosotros tenemos de todo, incluso papel higiénico, caray!
Tenemos un magnífico (no me canso de repetirlo) sistema de salud, un personal sanitario excepcional que ahora están demostrando por si no resultaba más que evidente su nivel de entrega y vocación. Y tenemos, benditas sean, la tecnología y la magia de las comunicaciones. Videos de entrenamiento, de yoga, de cocina, de cómo hacer un turbante, de elaborar esa tarta casera con los niños o de hacer revivir viejos juegos caseros que teníamos olvidados para que los más pequeños llenen sus horas en casa con experiencias y momentos que los enriquezcan también. Llamar a mis padres, que mi madre me cuente que está haciendo caldo y arreglo de arroz al horno, que es mi favorito, para cuando todo esto acabe. Que no te preocupes, hija, que el papá está bien. Cantarle cumpleaños feliz por teléfono y tratar de que sus días malos lo sean un poco menos.
Que las videollamadas con mis amigas me hagan pensar que estoy cenando con ellas aunque una esté saliendo de la ducha y yo lleve pelos de loca. Volver a hacer yoga aunque el monitor aparezca en una pantalla de móvil. Desempolvar viejos cd y hasta vinilos. Tener tiempo para escribir, para leer, para explicarle con calma y serenidad a mi hija la realidad de cómo son las cosas, para que a pesar de todo no se muera de miedo y ansiedad. Respirar hondo y espantar mi pánico interno también. Reflexionar.
Y echar de menos a quien menos me lo espero. Y es que, hoy te das cuenta de que añorar a alguien es tener la certeza de que lo quieres, coña.
Es curioso. La vida sin duda nos atrapa los pies cuando nosotros, impulsados por el devenir del día a día, nos negamos a bajar el ritmo de la carrera. La naturaleza se venga y tenemos la batalla perdida, porque aunque nosotros, criaturas soberbias y egoistas, no paremos de dañarla, olvidamos al mismo tiempo lo insignificantes que somos contra cualquiera de sus fuerzas. Llámalo volcán, tsunami, ciclón, da igual. Mamá Natura siempre te va a castigar mejor que tú a ella.
Vivimos deprisa pero es que eso es realmente vivir? No lo es. Qué es tan urgente en la vida que nos hace correr tanto? Qué constituye lo verdaderamente vital, lo importante? Ahí radica el nucleo de nuestra existencia. Ahí está o debería estar nuestro foco y nuestro norte. En saber distinguir de lo que de verdad importa, de lo que no. De nuevo, principio de importancia relativa. Yo lo tengo claro. Los afectos. La gente a la que quiero, mi familia, la de sangre y la que la vida me ha ido regalando. El tiempo junto a ellos. Los momentos que me regalan. Porque, piénsalo, no es el tiempo el regalo más preciado? No hay mucho más. Y si mañana un mal bicho se me lleva por delante, tengo la seguridad plena de que es eso lo único que añoraré. Al tiempo disfrutado junto a la gente que amo. Mi gente.
Así que al final de la cuenta, tampoco me parece tan extraño ni tan terrible este parón inesperado. Hasta he desterrado al insomnio. Ya volverá; que sin duda, el batacazo después de la pesadilla va a ser tremebundo; pero ahora mismo, en este preciso instante, ni lo recuerdo.
Las palomas de la plaza. Esas sí que nos añoran. A nosotros o a nuestro pan?
Y nosotros? Aprenderemos? Tómate tu tiempo, ahora que lo tienes, para pensar en la respuesta.