25 de diciembre. Pijama. Hoy he desayunado con mi madre al calor de los primeros hervores del cocido en la mañana de Navidad. Cuanto tiempo sin compartir cocina, conversación, café y tostadas por la mañana con mi madre. Qué gustazo.
He ido felicitando a (creo) casi todos los que me pesan y conforman el Tetris de mi vida. Incluso a algunos en silencio, de una a otra neurona coronaria. Espero que sepan que, a pesar de la distancia, los quiero. Espero, espero. Se lo repito mentalmente. Como una oración, en bajito. Y ya no se lo abrazo a no ser que no los tenga a mano. Sabe Dios la cantidad de energía que reside en una maraña de brazos.
Me he parado a pensar lo valiente que hay que ser para soltar eso, el primer ‘te quiero’. El segundo. Hay un último? Cuantas veces nos lo callamos, gritándolo en nuestra cabeza, latido a latido, silenciando a las cuerdas vocales quizá por orgullo o a lo mejor, por miedo a que no nos venga de vuelta. Ese miedo atenazador. Ese viejo conocido. Como si fuera necesaria esa moneda a cambio. Sí lo es. Al final, si no hay un ´te quiero´ de vuelta, resuena como un absurdo eco vacío. Lo es. Lo necesitamos.
Como en el cocido de mi madre, la vida te va cuajando muy poco a poco, desespumando lo superfluo y dejándote el poso de lo vital, de lo imprescindible, y el fondo de los recuerdos como marca de agua. Te concentra, te transforma en elixir de lo que eres, masa densa liberada de lo que no necesitas. Al final, tú mism@, tu esencia y tu espíritu sin trampa ni cartón, sin adornos ni vestidos. Tú.
Y es tan lento el proceso que a veces, hasta desespera. Y hasta eso, a golpe de paciencia partida, te va cuajando. Como un pulso sin ganador final. Vas aprendiendo que al final, hay que saber elegir bien a quién regalar tu ´te quiero´, que no es cosa banal. Y desde luego, llegas a la conclusión de que la primera que lo merece eres tú misma.
Y es que, como dice mi madre: ‘Si no te quieres tú, ya me dirás tú quién coj%&#es te va a querer.’
Desayunos con mi madre. Lección garantizada. Mami, te quiero.