Había dormido poco.
A las 4:37 se despertó y ya no pudo volver a dormir más. Ojeó Instagram, borró correos de publicidad y alguna que otra foto que ya no quería que viviera en su móvil. Dio vueltas, cerró los ojos. Nada, que no se dormía.
A las 7.14 se hartó de dar vueltas en la cama; se levantó a preparar café y tostadas para ella y para Daniela, que estaba de finales. Pobre, está histérica,- pensó. Dejó el desayuno preparado y se llevó el café a la cama. Largo, con una nube de leche que ni era leche ni na.
A las 8:00 se levantó de nuevo y se vistió metódicamente como un autómata, como cada día: pantalón negro, camiseta gris y cualquier otra blazer oscura.
Se plantó delante del espejo y se maquilló. Crema antiarrugas, qué ganas tengo de un Botox, oye, falta me hace. Poco potingue, total, con la mascarilla en clínica no se va a ver. Algo de base, mucho de rimmel, pizca de polvos, un par de chuf chuf de Panthere y a la calle, contrarreloj.
En sus cascos la lista de reproducción aleatoria de Shazam. Sonaba Annie Lennox. “Why”. Le daba la sensación de que el camino era más corto cuando lo acompañaba de música. Siempre había pensado que la vida debía tener banda sonora.
Quería llevar almuerzo para invitar al equipo. Había cumplido años el domingo y no le apetecía meterse en la cocina a hacer ninguna tarta. Ella podía, se le daba muy bien. Hasta se las encargaban. Pero sentía que era un esfuerzo innecesario. Nadie lo hacía, no? Entonces por qué ella tenía que ser la excepción?
Lo que había en el horno que tenía en el camino le pareció cutre, triste, desganado, poco apetitoso. Con el tiempo justo, se desvió al Mercado Central a aquel horno que le gustaba a su hermana, el de los panetones carísimos que se había puesto de moda. Compró un par de bandejas de dulce y salado, recriminándose lo poco original que era. Debía haber llevado zumos, café, macarons, no sé, algo más memorable que mini empanadillas y mini croissants. Un brunch que hubiera marcado una diferencia. Hacer bien las cosas, como a ella le gustaba. Pero esta vez no.
Miraba el reloj, miraba a la dependienta, date prisa, chata! llegaba tarde.
Voló el resto del camino y desde la acera de enfrente vio ya pacientes esperando. El día se prometía intenso. Y ya de entrada, con una auxiliar de menos. Garantía de rock & roll.
A qué santo me encomiendo para que me asista hoy?,- pensó abriendo la puerta. Y en menos de un minuto, se puso la camisa negra, se recogió el pelo en un moño, se colocó la mascarilla y comenzó una nueva jornada laboral. Otra más.