Casi cuatro de la mañana. Noche de insomnio. No sé si taparme o dormir al ras. Me debato entre el calor infernal de este apenas junio bajo el liviano cielo protector de una sabana resbalosa o dejar que los mosquitos me cosan un precioso tapiz de picotazos.
Mi ventanal está abierto de par en par. La vida… Sí, la vida también. Para dejar circular a la brisa a su antojo. Para que me acaricie, que yo me dejo. Ay, si tú me quisieras y yo me dejara! Fuera, en la terraza el silencio nos adorna, el aire es fresco y del cielo cuelgan cientos de lucecillas titilantes como los farolillos de las verbenas del más que próximo verano. Para que me ciñas la cintura y bailemos cualquier horterada de Enrique Iglesias o de Georgie Dann. Aunque, si me das a elegir, hoy me pido una de Basia o de Jobim. Desafinado con Frank, por ejemplo. Así se halla mi ser, estar y parecer.
Me he tumbado y he vuelto a apagar la luz de nuevo, más me vale que si no, mañana vas a ver… Menos mal que las ojeras, como a Angelica Houston, me sientan bien.
Justo entonces, pensando en a saber qué mil cosas a la vez y ninguna concreta, ha cruzado mi ventanal de parte a parte una estrella fugaz. Ay, mi madre, qué ilusión!
Rápido! No sé qué deseo pedir y a mi subconsciente sólo se le ocurre rezar un Ave María. Pero, pero, pero… Debería hacérmelo mirar? Es muy grave doctor? Paso. Yo, a la mía. Un deseo, vamos! Ya. No te creas, no te lo pienso contar, que no se me cumpliría y qué me gusta a mí más que un deseo cumplido? Dos o muchos más! Tengo tantos…
Tú te imaginas que pasa otra estrella fugaz tan limpia y brillante como la de hace un momento y yo aquí dándole a la tecla? Ay, no! Te dejo, que tengo muchos deseos pendientes por cumplir.
Siiiii, vaaaale, uno quizá trate de ti. Pero chitón! Punto en boca y a dormir!
Buenas noches! Y dulcísimos sueños!