Jo, qué mal se me da esto. No sé ni cómo comenzar estas frases. No me gusta nada tener que decir adios. Soy, sin embargo, porque, como decía Jeanette, la vida me ha hecho así, una verdadera experta en salir de puntillas por la puerta de detrás, desvaneciéndome disfrazada de bruma, como una nube de tu memoria, sin estorbar demasiado, sin hacer siquiera ruido. Algo que no sepas a ciencia cierta si sucedió o una vez feliz soñaste.
No discuto, no monto pollos, ni soy de melodrama. No me enfado, que mi padre me enseñó que el enfado es el primer síntoma del perdedor. Paso, que me entra taquicardia. No la lío parda ni alzo la voz; pa qué. No me vas a ver llorar. No delante de tí.
Cuando todo se ha dicho, ya no caben más palabras ni más argumentos. No hace falta ni despedida. Ya tú y yo sabemos que en lo largo de ese último abrazo hay un hasta la vista implícito. Au revoire. Me encantó el paseíto. No es que no me importes. No es que no me hiera. No es que ya no te quiera. No. Pero a mí me quiero más. Es que este ya no es mi jardín. Es que a esta fiesta no me invitaron. Y a mí me gusta que cuenten conmigo, no al final de la cola, sino como invitada especial. Con cañón de luz que enfoque al monumento. Ni merezco ni me conformo con menos. Quién se conforma con ser segundo plato sabiéndose festín completo. No seré yo.
Vivir el minuto. Es lo único que importa. Lo que vivimos se queda atrás y el futuro es apenas el segundo que enfrentas. Más allá no importa. No estamos para perder el regalo más precioso que tenemos, el tiempo. O peor, a nosotros mismos. No hay ni siquiera que decir adios, si tú ya lo has comprendido.
Pues hala, no digo nada. Al fin y al cabo, tras cerrar la puerta, el silencio que reina, ese teléfono que no suena, también es una forma de despedida. No?