Tenemos poca importancia. En serio. Si lo comparas a la infinita (y manida) totalidad de este universo que habitamos somos, pues eso, pequeños, fútiles e insignificantes. Somos chiquitos y frágiles…
Alguien me decía el otro día: Recuerda que ‘Nacer, no se pide, vivir no se sabe, pero morir, no se quiere’. Ya ves, cargadito de razón. Ninguno pedimos la vez para nacer, somos aprendices de vivir mientras existimos y qué me dices del pavor de mirar a la parca de frente a los ojos. Ninguno está preparado, verdad? Al menos, creo yo, no de verdad. Desde luego, en mis planes no entra ni de lejos.
Y sin embargo, con lo pequeños que somos, es increíble en ocasiones, lo importantes que nos creemos. Yo soy, yo soy, yo soy. Fascinante el ego con que se pasean algun@s. Venga a adornarse. Venga a acumular toda una vida de cosas, de chismes y trastos que se nos antojan imprescindibles. No puedo vivir sin el último modelo de móvil de ‘esa’ marca y sólo de esa, y me hacen falta esas zapatillas del escaparate que babeé el otro día o sin duda sería feliz si me llevases a ese restaurante de moda tan carisísimo.
Y sin embargo, llega un día en que la de negro te da un susto y juega a acariciar los hilos de tu vida con su guadaña y ya me contarás tú si entonces te importan las zapatillas o el móvil molón o el restaurante tan cool. Vamos hombre!
Importas tú. Tú eres el protagonista. El resto son adornos, glitter, no quién eres y desde luego, tampoco lo que te define. Cosas de las que de verdad, es hasta sabio y saludable saber desprenderse. Si ya lo dice Marie Kondo, hay que desprenderse de lo que realmente no importa para quedarte y valorar realmente lo que te emociona y juega un papel principal en tu vida, que la hace positiva. Como las Fallas: quemar lo que ya nos es útil para dar espacio y oportunidad a nuevas fuerzas. Exactamente como las personas de que te rodeas. De veras creo que somos energías igual que creo en el karma. Y llevamos buena o mala onda a cada uno de los que nos acercamos. Ya sabes, el/lo que no suma, resta. Lo que digo siempre, la buena gente pesa. Pesa mucho.
Y ésto a santo de qué? Pues lo que me removió la sesera fue que a lo largo de este verano dos personas en tiempo, lugar y circunstancias diferentes, le han ganado por los pelos un pulso a la parca. De verdad, por los pelos! Pero el movimiento de gente, afectos, energía positiva y buenos deseos que ese pulso han generado a su alrededor ha sido tan grandes que tengo la certeza de que de alguna manera les han dado cobijo y fuerza para ganarle la partida a una muerte a destiempo.
Y me ha dado que pensar. Venimos desnudos y así nos vamos, sin nada a no ser que seas un faraón egipcio en tiempo de pirámides. Y ni por esas.
Nos llevamos el cariño, el calor y el afecto. El mismo que generamos y dejamos como estela y recuerdo. Esa es nuestra verdadera herencia. El resto? El resto son cosas.
Ellos sin duda, están generando en ese camino del que aún les queda trecho por recorrer, una estela brutal. A la vista está. Lo están haciendo bien.
Y ahora me voy a desembalar el paquetito de Amazon que me acaba de traer el mensajero. Me he comprado un cerdo con alas! Es tan mono…