Alea jacta est.
La moneda ya está echada al aire. Eso pensaba ayer mismo al ver a los cientos de chavales esperando para hacer sus exámenes de selectivo o Bach o Pau o cómo narices de llame ahora que somos tan modernos a las puertas del politécnico.
La sensación es rara, un poco como decir hasta aquí te he acompañado, hasta aquí ha llegado mi labor, de ahora en adelante lo que hagas, lo que quieras ser, depende ya de tí. De tí y tu esfuerzo. Y tu suerte. Y también un poco de los caprichos de la vida.
Los niños dejan de serlo tanto que llega un momento en que no sabes ni cómo llamarlos; no son adultos, al menos no todavía, apenas lo arañan con la punta de los dedos, aunque lleven tiempo jugando a serlo. Claro que si lo pienso bien, para mis padres incluso pasados los cuarenta (rayando los cincuenta) seguimos siendo las nenas. Y vaya si lo somos. Pa toda la vida.
Entran llenos de inquietud, expectación y miedo a las aulas de la Universidad. Con lo que eso impresiona ya de entrada. Con la sensación de que tienen la espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas, esperando haber trabajado suficiente, que no les traicionen los nervios, que el examen no sea muy duro… que lo será.
No queda otra que abrir la mano, rezar y confiar.
Y desear que la fortuna les acompañe. Como hicieron nuestros padres y antes de ellos, todos los padres de la historia.
Todos crecemos, verdad? Todos maduramos. Bueno; todos, todos… no del todo. Definitivamente no.
Hay que confiar que lo harán bien, que sabrán desenvolverse, que sabrán vivir, que todo cuanto les enseñaste hasta aquí van a saber aplicarlo. Y que se caerán, claro que sí. Se caerán con la certeza de que pueden acudir a tí en busca de un abrazo de cobijo y un beso curasana en la frente entonces, cuando ésto suceda.
Me ha entrado vértigo de repente. Una sensación de precipitación al vacío un poco amarga y fea. Pelín agridulce. La consciencia de saber que este tren no se para, que tengo en casa a una adulta en ciernes dispuesta a deslumbrar y comerse el mundo, que para eso es suyo; que la que ayer mismo aprendía a andar, empieza a dar ahora sus primeros pasos sola de verdad.
Lo habré hecho bien? Quizá podría haber… Y si hubiera…
No ha lugar. La cosa ya está hecha. O casi. Hasta aquí llegó mi cometido.
Siempre he pensado que antes que madre, soy mujer. Antes incluso de que ella llegase, de ser consciente de la gran labor y responsabilidad (y canas y arrugas) que el cargo conlleva. Que llegaría el día en que ella volaría y que yo no debía ni quería vivir su vida, sino que ambas escribimos historias diferentes. Así debe ser. Ha valido la pena? Desde luego. Repetiría con ella mil vidas. Pero con ella. Hay tanta escasez de seres de luz…
Qué suerte la mía!