Hay lunes atípicos. De esos en que no tienes que levantarte para ir a trabajar y sin embargo madrugas porque un hada de luz con pelo de fuego y oro te ha puesto deberes que no te apetece hacer. Pero los haces. Qué remedio. Y vuelves a emborronar folios con lo que tus neuronas vomitan. Lunes calmos, de esos que quedan después del huracán, en que llevas dos días sin dormir e inesperadamente alguien te toca sin saberlo las narices y te recuerda quién eres, qué es lo que amas y que sin duda no estás haciendo.
Lunes de esos en que vuelves al volante con la sensación de haber estado viviendo contentando a otros antes que a tí misma, de haberte vuelto invisible. De que no te vean. Y no es culpa de nadie más que tuya. A la mierda, coña! Ya me tienen los ciegos hasta la figa. Como era la canción? `Ya era hora, ahora me toca a mí’. A ver si me lo tatúo, que no hay manera de creérmelo.
Hay mañanas de lunes que te transportan a una casita en una colina verde, te evocan aquella playa desierta de México en la que una vez soñaste, que te recuerdan lo que es que alguien te haga el desayuno. Que triste que me sorprenda y que hasta me sepa mal que me expriman una naranja. Que me expriman. Qué idiota soy. Lunes en los que el sol ni me roza pero todo el mundo se me ilumina alrededor poco a poco. Qué fundido a negro, ni hablar. Fundido a luz!
Este lunes me han regalado dos desayunos, uno con café, espuma, canela y amistad. Otro completito con cariño y novedad. Me han regalado sin saberlo un horizonte nuevo, una perspectiva de la que no me había percatado. Las cosas se van ordenando en mi cabeza. Otro ángulo de visión, más amplio, limpio y brillante. Un punto de inicio. Cómo doy las gracias? Cómo se agradece que te regalen el universo entero?
Como decía la canción, se abre un ventanal, muy sólido, muy fuerte y con vistas al mar.
Se abre un universo de posibilidades. A la próxima me zampo un croissant de chocolate. A la mierda la cadera.