Esta mañana al salir temprano de casa me ha reventado la primavera en los ojos, en la cara, en la pituitaria.
Simplemente al abrir la puerta, entraba ya la luz cuando todos los días a esa hora aún ni siquiera reina el sol. Mi verja comienza ya a teñirse de un púrpura previo a la explosión del jazmín que todo lo impregnará con su aroma, comenzando por mi hipotálamo, ay! Luego, ya al volante, hordas de florecitas tímidamente decididas estrenan un tapiz blanco y amarillo en las rotondas y las medianas de la carretera, alegrando la antracita del asfalto, provocándome y curvando a mi sonrisa.
Soplaba esta mañana algo que me recordaba al viento de Fallas, como el que oigo ahora desde mi cama, ansioso por arrancarme el gris del invierno y despeinarme en cuanto salga a enfrentarme a él. Ganas le tengo.
Las nubes trataban en lucha sin cuartel de opacar un sol que ya se impone, exigiendo el trono que conoce que le corresponde. Ellas saben que tienen la batalla perdida. Esas, lo veo venir, terminarán llorando.
Tengo que darme prisa en confitar. Se me acaba el tiempo de naranjas. Y al mismo tiempo a mí, se me va fundiendo la escarcha. Ay.