Esta tarde prenavideña de casita, sol de invierno, té de naranja y falso dolce fare niente en la que casi puedo sentir el olor y el calor de esa chimenea que echo de menos, me he reencontrado con Nicholas Cage y con Cher en Hechizo de Luna. Como la mayoría de pinceladas que hacen que me parezca especial mi bola de cristal, nunca la busco, siempre me encuentra.
Desde el minuto en que oigo la voz canalla de Dean Martin cantando «That’s Amore» se produce un choque de sensaciones que despiertan sentimientos, escalofríos por la nuca, me llevan de la risa a la lágrima, me hacen parecer idiota y me hace reflexionar sobre cómo son y desde luego, cómo deberían ser las relaciones. Sobre los miedos y las debilidades humanas. Tan humanas. Y sobre las manipulaciones de la mente, el lastre al que el pasado puede someternos y la venda a la que a veces, nosotros mismos nos prestamos gustosos.
Uno, atormentado porque una vez dejó perderse todo cuanto creía que le importaba y se ancla a aquel viejo recuerdo sin permitirse avanzar, revolcándose en su miseria, culpando a un hermano melífluo, que a su vez, vive sus cincuenta y tantos pegadito a los antojos de una madre castrante. Otra, tres cuartas de la misma, que una vez hace ni se sabe, tuvo una tarde de mala suerte y, al amparo de aquel día se descuida y abandona, dando la espalda a la vida, a ella misma y opta finalmente por una relación sin amor ni pasión, pero cómoda y segura. Y prometedoramente aburrida con el anterior niño de mamá. Muy, pero que muy aburrida. Espera, que bostezo.
Luego, ese septagenario que tiene sus necesidades materiales bien cubiertas pero que es amargamente consciente de que la vida se le escapa entre los dedos y se encierra en una coraza de cinismo. Y lo que se le escapa en realidad es el corazón, la neurona… y la bragueta. Es que no hay edades para las crisis coronarias???
Y por último, esa suprema Olympia Dukakis que se sale. Crisol y amalgama, matriarca valiente, tocón de piedra con la cabeza y el corazón calientes. No se envejece cuando se tiene el espíritu joven.
Luego, ese septagenario que tiene sus necesidades materiales bien cubiertas pero que es amargamente consciente de que la vida se le escapa entre los dedos y se encierra en una coraza de cinismo. Y lo que se le escapa en realidad es el corazón, la neurona… y la bragueta. Es que no hay edades para las crisis coronarias???
Y por último, esa suprema Olympia Dukakis que se sale. Crisol y amalgama, matriarca valiente, tocón de piedra con la cabeza y el corazón calientes. No se envejece cuando se tiene el espíritu joven.
Todo ello envuelto, ligado y aromatizado por LA ÓPERA. Es París, la Amistad, la juventud hasta de los viejos!, el Amor, la Vida. La Bohéme es como la vida misma, en que comienzas a morir apenas naces. Los hay que viven de puntillas y los hay que luchan, creen en sí mismos, se destrozan, lo dan todo persiguiendo sus sueños, arrojan sus vidas por la alcantarilla en busca de un ideal, se pierden por un Amor, se arruinan felices y viven. Viven de verdad, Aman, partiéndose el corazón, pisoteando la masa gris, echándose a perder pero a pecho abierto, equivocándose, aunque les lleve la tuberculosis al final.
Esa debería ser la actitud. Ese arrojo diario, ese partirse el pecho por algo tuyo en que creer. Hay tanta gente gris. Y hay (también!) tanto héroe anónimo… Tantos más hacen tanta falta!!!
PS: Sabías que MI Paul Newman le dio a Cher el Oscar a la mejor actriz por esta peli? Motivo de más para volver a verla y la entrega de los Óscar también. Ese maravilloso look!!! Ah! Y Olympia también se llevó Óscar a mejor actriz de reparto.
A la familia! Salute!!!