Y luego dicen que los lunes no son malos…
Parar es un lujo para alguien como yo. Y sin embargo, cuando muere mi fe, cuando estampan mi confianza contra la pared, abro la mano, me doy por vencida y me dejo caer. Y la vida se paraliza, quiera yo o no quiera. Es entonces cuando me quedo quieta, congelada. Agotada y sin luz. Rota, muerta, sin alas. Espera a ver cómo me desenredo. Y se me cae una lágrima o me ahogo en un mar de ellas si el nudo es gordo y pesado, si me enreda y me ata hasta conseguir inmovilizarme, aturdiéndome con un ruido sordo que me parece insalvable. Hay veces que me enrosco en un rincón y se me oscurece el mundo alrededor. Porque ese mundo soy yo. Y mi brea. Que me atrapa en una sima sin aire para respirar. Y no veo salida. Ni la quiero tampoco. A veces, quiero hundirme. Y olvidar.
Yo no sé muy bien cómo ocurre, pero suavemente de la oscuridad surge una mano, otra, otra, otra, a las que no me quiero coger, de las que huyo inamovible pero que me agarran, me sostienen, me obligan; una palabra tierna que me devuelve otra vez al ahogo de las lágrimas, un aliento que no quiero, «es mi dolor, sólo mío, es mi culpa y mi responsabilidad, tú no te manches…», una voz inesperada que no te hace caso, que cura, que salva, una manta sobre los hombros, un té amargo, un abrazo que consigue romper mi piel y mi cerrojo, aunque me saque apenas del vacío ahogada en llanto.
Se trata de ese bálsamo que provee el cariño. Sin pedirlo. Sin ni siquiera esperarlo. Aunque yo crea que no me cura y sin embargo lo haga tanto. Qué suerte que débilmente vuelva a salir el sol. A pesar de que yo no lo quiera ni mirar. Qué suerte tener la seguridad de que este invierno tan largo también pasará. Aunque yo esté aún aterida. Qué suerte que alguien me haga recordarlo, que alguien me lo susurre. «Esto… también pasará». Cuanto que agradecer. Qué suerte saber que aunque hoy me falte el aire, mañana seguiré respirando aunque aún no sienta el corazón. Qué afortunada de que, con certeza, a pesar de todo, puedo agacharme a recoger mis mil piezas estalladas y reconstruirme de nuevo, me lleve el tiempo que me lleve. Porque ya lo hice una vez. Porque reconozco bien la sima a la que nunca quise regresar. Y no la quiero.
Hoy levanto la barbilla, me dibujo una sonrisa que un día volverá realmente a ser la mía y vuelvo a dar un primer paso cauto y lento, porque sea como sea, de mi mal ya no se muere. Estaré bien. Voy a pensar que puedo sacar hasta el lado positivo de lo vivido, de lo que sé que no soñé… y una lección o dos que aprender. Y una cosa grande que agradecer. Y duermo poco, pero con la certeza de haber hecho las cosas correctamente. Yo sí. No me arrepiento. Lo hice bien. Lo volvería a hacer. Me equivocaría otra vez. «Aunque el final sea de dolor y olvido». Y a ese, invito yo, que no hago otra cosa que olvidar.
Las heridas dejan cicatrices, sí. Pero las personas pesan. Y las hay de ley, verdaderas, que dan la cara y se arrojan a salvarte. Hay personas que bien valen una muerte. Los golpes matan, sí; pero es esperanzador comprobar que sigo creyendo, que mi piel nunca va a ser de corcho, no me da la gana endurecerme, enfriarme, dejar de ser yo para convertirme en algo que reconozco como frío, cínico, mentiroso y sin alma. Tan diferente de lo que soy. La mendacidad nunca fue mi credo. Mis motivos nacen del corazón. Y a ese no le miento. Nunca seré una mentira. «Conozco mis canas y mis arrugas. Y no las quiero, pero sé qué vivencia trajo a cada una de ellas».
Sé cómo soy, quién me arropa, todo lo que doy a manos llenas y lo que, sin pedirlo, me regala la vida cada mañana. Aunque a veces se me olvide. Qué suerte que me quieran tanto. Qué suerte que me recuerden lo que valgo, lo que peso, quién soy y ser capaz de levantar la cara para mirar al sol de nuevo. Qué suerte reconocerme de nuevo en el espejo. Quizá seré ilusa, cegada, arrojada y vulnerable, sí. Pero con el corazón abierto. Qué suerte ser yo.
Efectivamente, soy una apuesta muy alta. Efectivamente, soy toda una Mujer, muy orgullosa de serlo, sentirme y saberme como tal. Nunca seré una muñeca y nunca querré serlo. No soy de plástico. No tengo precio ni etiqueta. Y me arriesgo a tener el corazón en la piel. Porque sólo así me reconozco y me siento viva.
Repetiría mil vidas. A pesar de todo.
soy una de esas manos que te lleva con tus gafas de sol más cool a ver el sol. sé que saldrás, ya lo haces y ese dolor será fuerza y experiencia y la tirita que te ponemos todos hará que cicatrice y consigas curar el alma rota. no me iré jamás…TQ
Las cicatrices nos hablan de la experiencia que hemos atravesado. Son los tatuajes que nos inserta en la piel la vida, esos que lucimos queramos o no queramos. Prefiero mil veces una piel tatuada de esa manera porque habla de las batallas que ha librado la persona y de las guerras de las que ha salido victoriosa porque la piel del alma cicatriza siempre. A cada uno le corresponde regenerar el tejido herido más o menos rápido, a cada uno le corresponde curar de esta o aquella manera el arañazo que otros ocasionan en nuestra piel… pero esa carne, esa piel del alma es como la carne y la piel real: se regenera, vuelve a su sitio aunque deje como recuerdo una cicatriz que, al fin y al cabo, le grita a quien la observa: "yo estuve allí… y yo salí victorioso de la batalla".
Después están las manos de los médicos que la vida pone en nuestro camino y son esas personas que nos rodean, que padecen nuestro dolor aunque no lo experimenten. Esas personas que alargan los brazos para evitar que el golpe sea duro, esas personas que lo dan todo por compartir y comprender ese dolor porque quizas alguna vez también han sido heridos de la misma forma.
Spy yu médico, tu mano… no se si salvadora, pero sí terapéutica porque los amigos somos medicina, somos la tirita a la que hace referencia Sushi, somos el antobiótico que va a evitar por todos los medios que la herida infecte y tarde en curar.
Observamos tu batalla porque estamos cerca, porque nunca nos hemos ido, porque nunca te vamos a abandonar. Y como una madre observa la iniciación en la vida adulta de su hijo… lloramos y padecemos contigo pero al mismo tiempo nos sentimos orgullosos al ver que nuestro ser querido levanta la cabeza después del batacazo… y sigue adelante.
Porque el premio de la vida se lo llevan al final los fuertes, nunca los mezquinos que escogen el camino fácil aunque eso signifique pasar por encima de los demás y herirlos, y dejarles cicatrices.
Podemos ser ahora un triste consuelo, no el que necesitas… pero ahí estamos para cogerte si hace falta, para sanarte cuando lo necesites, para recordarte que no estás sola, para curarte con nuestras palabras cuando te recordamos el tesoro de persona que eres para nosotros.
Somos tus doctores, tus enfermeros, tus amigos, tu familia, tus pequeños amores que nunca dejarán de quererte y que nunca te engañarán.
No estás sola, hay una legión de almas que se miran en ti porque eres nuestro espejo, y aunque te hayas roto… todos recogemos esos pedazos y te recomponemos de tal manera que volverás a brillar con la misma fuerza en cuanto estos días de penumbra pasen.
Al final siempre escojo la obra de arte que exhibe una muesca en una esquina, porque no me interesan las perfecciones de plástico.
Déjanos curarte porque aunque pienses que estás deshecha… yo nunca te he visto más perfecta, más entera, más lúcida, más bella, más brillante, más alta.
Los que llevamos, como tú, cicatrices, las mostramos con orgullo ante los que nos las han causado. Son nuestras medallas, somos héroes de guerra. Los demás… el enemigo cobarde que se abrillanta la armadura a costa de los demás. Y esos… querida… NUNCA van a hacer historia ni a dejar huella en la vida.
Te quiere, te cura (si te dejas) J.A.P.G
La clase no se paga con dinero.
El saber estar no es cosa de cualquiera.
La dignidad la pierden los que no saben mantenerla.
Una vida labrada con el sudor de tu frente es una vida digna. Si alguien intenta robar lo que labraste, se encontrará solo con su trofeo.
Esto sigue, y sentados en la puerta de casa veremos cómo cada cosa termina en su sitio, sin esfuerzo.
Besos desde la tierra, que es donde vivo.
Orgullo. Siempre.
La que vive al lao. L.
Beli,pequeñaja:
Te tengo que decir que lo que tu escribes me hace llorar muchas veces.
Llorar por que me reconozco en tu dolor y en tu invierno frio.
Las gracias te las doy yo a ti por mostrar tu confianza al compartir,no solo risas, sino tambien lagrimas.
La obligacion,que se convierte en placer,del que se llame amigo,es la de ser compañero de viaje en la vida con todo lo bueno y lo malo que hay en la maleta del ser querido y ayudarle a sostenerla cuando el peso es insoportable.
Eso es lo bonito de la amistad y el/la que no lo vea asi,ya sabes lo que dice tu prima……que han puesto columpios.
Ojala nos acompañemos mutuamente en el camino durante mucho,mucho tiempo,ya sabes que puedes contar conmigo.