Ayer la ví. Ella no se dio cuenta pero pasé en coche por su lado. La figura grácil, espigada y elegante de siempre. No sé bien si llevaba un gorro o un pañuelo en la cabeza. No sé si ha perdido o no su precioso pelo cobrizo. Eso, la verdad, poco o nada importa. Era ella. Salía, como cada lunes, de una sesión. De un chute de veneno que dicen que la curará, que matará al bicho y le devolverá la fuerza. Ayer la ví y estaba tan luminosa como siempre.
Espero, sé que de ésta se sale. Quizá algo más apagada, a lo mejor un poco más débil y cansada, pero se sale. La belleza grande no se funde en negro. No tiene final si no es feliz. El cariño tan terrible que la rodea quiero creer que le va a dar el calor, el soporte y el abrigo que necesita.
Si alguna vez rezo, es por ella. Y por el papi de una amiga al que acecha el mismo bicho. Qué asco tan enorme, qué ascazo. Y por mi familia. Y vuelvo a ella de nuevo, que viaja conmigo en mi cabeza y mi corazón aunque no la agobie con mi presencia.
Amiga, te debo una tarta de limón y un abrazo. De los que exprimen los males. De los que juntan los sueños.
Eso es la vida. Vivir y salir. Salir y vivir.
Nada más.