Chico conoce chica, se gustan, se intercambian los teléfonos, me mandas un whats, tomamos un café? otro? quedamos a cenar? Al cine? Parece que le molo. Me atrevo, no me atrevo? Me lanzo, no me lanzo? Una mirada que se convierte en señal. Se besan.
Y a partir de esa transferencia de fluídos, es cuando la cosa se enreda y se complica, aderezándose con momentos, risas, caricias, sexo, experiencias compartidas y ganas de entrelazar dedos, piernas y deseos.
Hambre. De piel, de calor, de susurros y nervios en el estómago. Cuando te enamoras tienes hambre de todo… menos de comida.
Se alimenta una de otras cosas. Más sabrosas. Más suculentas y deliciosas. De la que no engordan. Pero alimentan. Desde luego, vaya si alimentan!
Y aquí es donde viene el pero. Y si resulta que no es Amor? Y si te dejas llevar por una pasión/atracción básicamente animal y detrás,- a veces incluso aunque lo intentes,- no hay manera de que surjan sentimientos? Ese hambre de piel entonces viene con una fecha de caducidad predeterminada. La que da el hambre por la piel de otra víctima, vamos. Rapidito arde la pólvora. Flu flú lo ves volar.
Me preguntaban el otro día si yo pensaba que el hombre aún hoy mantiene el instinto depredador. El que hace que persiga hasta la saciedad a una pieza apetitosa y que, una vez ganada, el cazador pierda interés y tire p’al monte en busca de nueva presa para adornar su pared. Como la ‘teoría de la vaca vieja’, vamos. Cazadores a mí.
Y eso me recordó a aquel manual de hace tropecientos años; ‘El libro de las reglas’ al que no hice demasiado caso entonces (será por eso?) y que hoy desde la distancia que da el tiempo, le hago una sinopsis en cero coma: Hazte valer. Simple y llanamente. Hazte valer, hazte valer, hazte valer. Entro en modo mantra.
Porque darling, llámame machista, pero en mi opinión el instinto depredador pervive desde el Neanderthal. Pues no hay mareantes por el mundo. Pero eso da para otro post.
Hazte valer. Ohmmm
Mola! ?